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Puedo decir que conozco el Museo de Louvre y el Museo Británico, a menudo considerados los más prestigiosos del mundo, pero, a pesar de lo que diga cualquiera, el Museo del Prado siempre será mi favorito. La mayor parte de estos grandes museos tiene historias oscuras sobre cómo conformaron su colección (especialmente saqueos a otras naciones), así que ahora me gustaría contarles cómo llegaron tantas obras al Museo del Prado.

 

    Comencemos por remontarnos a los 1500, los años del emperador Carlos V, quien encargó una importante cantidad de obras a connotados artistas de su época. Ése fue el inicio de las Colecciones Reales, que monarca tras monarca aumentaron en número. Así se reunieron obras que hoy consideramos maestras, como El jardín de las Delicias, de El Bosco; El caballero de la mano en el pecho, de El Greco; Carlos V en Mühlberg, de Tiziano; Las Meninas, de Velázquez; Las tres Gracias, de Rubens; La familia de Carlos IV, de Goya, y muchas otras.

    A finales de los años 1700, se ordenó la construcción de un edificio que funcionaría como gabinete de ciencias naturales, pero al tiempo se convirtió en el Museo Nacional del Prado, que abrió sus puertas en 1819 con un acervo compuestos por las Colecciones Reales. Posteriormente llegarían más obras directo desde el Museo de la Trinidad y del Museo de Arte Moderno. Aunque el Prado también ha recibido donaciones de particulares (así llegaron Las pinturas  negras de Goya) e incluso ha comprado ciertas obras, como El vino en la fiesta de San Martín, de Pieter Bruegel el Viejo, en 2010.

    Así es como el Museo del Prado ha reunido una colección tan amplia y, sobre todo, tan hermosa. Uno puede pasarse el día entero contemplando las obras de Rubens o de cualquier otro de sus artistas. El Museo tiene tanta riqueza, que vale la pena recorrerlo en un tour. Sólo quien realmente lo conoce puede hablarnos de sus mayores tesoros e incluso de sus secretos más ocultos. Así como las calles de Madrid, el Museo del Prado hay que conocerlo hasta lo más profundo.